miércoles, 20 de diciembre de 2006

 

listening: Gary Hoobs[Otra ves me toco perder]

Dr. Flores
"Era un día normal, típico, rutinario, caluroso, aun había fuerzas, y espíritu renovado, pues, era martes y, hacia un día había descansado todo el fin de semana, de cierta edad para acá, ya es necesario hacerlo, como dice la gente, ya somos vacas mayores de 30 y por lo menos coincidimos el miércoles, el reloj principal no marcaba la hora, desde hacia ya mucho tiempo, pero eran las 10:35 am. Se cerro la puerta del 2b y una voz chillona rompió el murmullo de platicas en el ambiente ― Maria Guadalupe del Rosario González ― se paro una señora regordeta y entro, mientras se retiraba la señora que recién salio, con su pequeño hijo de escasos meses de nacido en un brazo y otro de no mas de 2 años en la otra mano.

Me encontraba como siempre en mi oficina, igual que todas, paredes blanco ostión, una pequeña franja verde a un metro del suelo, ese suelo que, pasaban limpiando dos veces al día. Me encontraba sentado frente a mi escritorio, viendo como se consumía el tabaco de mi cigarrillo y desprendía un hilillo de humo que tomaba formas y figuras que, a un niño con imaginación, podría entretener, con una pequeña ventana en la parte de atrás de mi oficina abierta para ventilar mi oficina dado que “estaba prohibido fumar” pero, yo si lo hacia, pues soy el coordinador de el ala sur de este centro. Termine el cigarrillo, y lo apague en el cenicero, abrí el ultimo cajón de mi escritorio, un escritorio, igual que todos los demás, metálico, color café claro, tres cajones del lado izquierdo y dos del lado derecho, No 030124 de activo fijo. y con la parte superior de madera pulida, a mi lado derecho, se encontraba una pared falsa con vidrio opaco en la parte superior, había un estante con libros distintos a mi espalda, en la pared posterior y esa pequeña ventana, por donde escapaba el humo de tabaco consumido, un día lo voy a dejar, volví a pensarlo, a mi derecha estaba colgado en esa pared siempre blanca, siempre igual, un pizarrón de corcho de 60 x 80 cm. donde estaban colocadas todas las notas y pendientes del mes, avisos y notificaciones varias, al frente la portezuela de aluminio y vidrio opaco terminaba por dar a mi oficina una vista monótona, igual a todas las demás de este centro, del ultimo cajón saque un spray aromatizante para que no se impregnara el olor a tabaco. Volví a dejar el spray, donde lo tome y, me puse a terminar de revisar los reportes, que me había entregado a primera hora del día, la señorita, recepcionista del 3b, sonreí y pensé, aun tengo el descaro de llamarle así, “señorita”, empecé a hacer garabatos, en esa hoja en blanco, mientras recordaba aquella, la ultima ocasión, en que, el viernes 7 de julio, de echo, fue en este mismo escritorio, entro por esa puerta y dijo con su voz, en tono, casi igual como los gatos cuando ronronean y quieren ser acariciados, ― Dr. Flores ¡ay es algo tarde pero quería ver si me podría!...― lo único que respondí, mientras me movía hacia ella ― Yo siempre puedo ―, todos los consultorios estaban ya vacíos, entro y…

Se estaciono, ocupando medio lugar de un espacio estacionamiento exclusivo para incapacitados, al fin y al cavo lo era. Obstruyo también la rampa de acceso a los mismos y subió los escalones corriendo de dos y de tres por zancada, el edificio es grande color café claro con vivos en verde militar y, su ya clásico, símbolo de un águila, por cierto, al borde de la quiebra, había asistido ahí desde hacia los últimos 3 o 4 meses, vestía una camisa blanca con rayas delgadas color café, desbotonada del lampiño pecho dejándolo a la vista, algo sucia y manchada, y mal fajada, un pantalón de mezclilla muy relavado y también sucio, calzaba una botas vaqueras, negras y muy usadas, tez aperlada, cabello negro y mal rasurado. En la camioneta, una Chevrolet Cheyene ´79 azul y con la polvera delantera derecha golpeada, sin parrilla frontal, y el parabrisas estrellado, el estereo encendido, dejaba escapar el ya famoso y original sonido de el acordeón y el bajo sexto usado en los corridos norteños, en la caja había latas de cerveza viejas y vacías y en el lado del copiloto había unas recientemente desechadas y en el asiento aun yacía una botella de Don Pedro casi vacía y unos vasos desechables.

Seguía pensando en ella y haciendo garabatos. Entro y, yo seguí revisando los reportes, no lo voltee a ver pero, por el olor a embriagues, supe que era él. De pronto, vi como se clavo en mi escrito una navaja, a poco menos de 5 cm de donde estaba la hoja donde hacia mis garabatos apenas unos segundos antes, voltee a verlo fríamente y me recargue en el respaldo de mi silla, inclinándome un poco hacia atrás, dio un paso al frente tomo la navaja enterrada en el escritorio, y empuñándola amenazadoramente me dijo:
― dame otra incapacidad cabrón. ―
Lo voltea a ver yo seguía sereno y para nada me sentía amenazado por el pendejete ese, le dije ― ¿ya se te acabo la anterior? ―
― Si y dame otra y dámela por mas días para no estar viniendo a esta pocilga. ―
Deje los papeles que revisaba a un lado, mientras me acomoda para sentarme, como Dios manda, y abrir enseguida el cajón para sacar el block de las incapacidades.
Le pedí que tomara asiento, a lo cual movió una de las sillas arrastrándola por el suelo, haciendo ruido por la falta de los tapones plásticos inferiores. Faltos ya clásicos en las sillas del seguro, si, de la clínica Unidad Familiar del Seguro Social No1, en Castaños, se sentó y subió su botas dejando pequeños trozos de lodo semi-seco sobre mi escritorio luego que subió las patas, porque no se le puede llamar de otra forma, al mismo. El se puso a jugar con la navaja, lo seguí mirando fríamente, tome mi pluma, abrí el cajón para sacar las incapacidades y darle una al “infeliz paciente” y le pregunte ― ¿por cuantos días la quieres? ― y me respondió ― por mas días, como quiera, te voy a dar tus 50 pesos por cada semana que me des de incapacidad ― sonreí y moví mi mano derecha para abrir el cajón, volteé el mismo y vi las incapacidades, estaba apunto de tomarlas cuando en la parte interior del cajón observe la pistola pensé unos segundos y opte por tomarla, me incorpore rápidamente mientras me movía y lo encañonaba en la cabeza y le decía ― ¿qué es lo que quieres hijo de tu puta madre?, ¿que es lo que quieres hijo de la chingada? ― lo estire del cabello tumbándolo de la silla, empecé a caminar arrastrándolo de los pelos, abrí la puerta de mi oficina y avance por el pasillo principal ante las miradas, murmullos, y hasta, lamentaciones de las señoras que esperaban turno para que las revisaran a ellas o a sus mocosos, llegamos a la entrada principal y sin soltarlo de la cabeza levante mi bata blanca del seguro y, me puse la pistola en la espalda sujetada con el pantalón para luego tomarlo con las dos manos, lanzándolo a los escalones mientras le dije ― ¡vaya a la chingada hijo de su reputa madre! ― di media vuelta y entre de nuevo, con rumbo a mi oficina mientras seguía escuchando entre los murmullos “ay ese es el doctor malo” y los niños se escondían tras las faldas de sus madres, me miraban todos con los ojos a punto de desorbitarse. Entre a mi oficina, cerré la puerta recogí la silla, levante la navaja y la cerré, me senté de nuevo en mi escritorio, guarde mi pistola y mi nueva navaja, tome de nuevo los reportes para continuar revisándolos, y sonreí de nuevo felizmente."

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